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La comida

  • Publicado el

    27 de agosto de 2014

Llega la hora de rendir un pequeño homenaje a los que no tienen nada, mirándonos en el espejo de lo que ocurrió en los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando llegaba la hora de comer y había que cocinar, eran unos años en los había escasez de alimentos.

Deberíamos ir tomando contacto con la cocina económica y de subsistencia, y así ir entendiendo como, cuando hay escasez, se puede conseguir mucho o lo que es lo mismo, cómo en nuestra sociedad de consumo se tira a la basura tanto alimento aprovechable que se podría alimentar a todos esos pueblos del Tercer Mundo. Esta necesidad, hizo que la guerra y la posguerra fueran tiempos propicios para la creatividad culinaria.
Lo único que no escaseó en España fue el vino y, además, de vez en cuando, aparecían en el mercado algunos productos en cantidades considerables, como boniatos, castañas, arroz y, en alguna ocasión, sardinas en salazóns, algarrobas, bacalao, trigo tostado, carne de membrillo, altramuces, la gelatina que se convirtió en caprichos de chavales, algo así como lo que hoy se conoce como “chuches”, no había mucho pescado, salvo en los sitios de costa…

El pan con aceite era una merienda frecuente, unas veces se añadía azúcar, otras sal o pimiento colorado. La imaginación tuvo que funcionar para inventar comida con bazofia como por ejemplo: la tortilla de patatas sin patatas ni huevos que se hacía con la parte blanca de la piel de naranja que se recortaba y se ponía en remojo como si fueran patatas. El huevo se remplazaba por una mezcla de harina, agua, bicarbonato, pimienta molida, sal, aceite y colorante para dar la ilusión del color de la yema de huevo, «calamares de la huerta sin calamares, eran simplemente aros de cebolla rebozados con huevo y harina estos son algunos de los platos cuyo solo nombre refleja las penurias que se pasaban.

Un plato muy humilde, pero muy rico en sabor, que se convirtió en un clásico diario de la posguerra fueron las “sopas de ajo”, compuestas como casi todo el mundo sabe con restos de pan duro, agua, ajo, aceite y pimentón, elementos que están presentes en toda cocina española que se precie y por muy poco dinero.
Otro de los guisos más tradicionales, especialmente en Valencia, ha sido el denominado arròs “passejat”, (arroz al horno) el cual recibe su nombre por el trayecto que realizaban las madres y las hijas con la cazuela de barro sostenida entre los brazos hasta al horno, para poder cocerlo, ya que las casas carecían de este elemento.

Hoy han pasado unos cuantos años y, sin recurrir a los dichos que fueron populares durante los años 50, 60 y 70, referentes al hambre que se pasó durante la guerra y la posguerra, no está de más que reconsideremos nuestra actual forma de aprovechar y utilizar los alimentos, sobre todo cuando entre nosotros o en países muy cercanos al nuestro, sigue existiendo un hambre muy parecido al que nosotros mismos o nuestros antepasados más próximos padecieron.

Lo cierto es que comemos mejor que comían nuestros abuelos y peor que comían nuestros padres en los años 80.
Cuando vamos a los supermercados llenos de miles de productos diferentes no nos damos cuenta de lo privilegiados que somos y lo que han cambiado las cosas en menos de 100 años.


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